Felipe González Márquez (EL PAÍS)
-
El nacionalismo ha sido el virus que ha destruido a Europa durante la
primera mitad del siglo XX. La construcción de un espacio público
compartido, profundizando las competencias comunes y ampliando a un
mayor número de países, ha servido a Europa para superar esa patología
que la llevó al enfrentamiento durante un siglo. Del impulso por
superarla nació el ethos de la paz, la libertad y la
cooperación solidaria entre adversarios históricos, para desarrollar lo
que hoy llamamos Unión Europea. Lula la considera un “patrimonio
democrático de la Humanidad que no tenemos derecho a destruir”.
Pues bien, de nuevo galopa esa bestia del nacionalismo insolidario, a
lomos de esta crisis global a la que se está respondiendo con un
diagnóstico y una terapia equivocados, que cada día nos acercan más a la
zona de riesgo para la estabilidad y la supervivencia de la Unión. No
se trata de señalar a nadie, aunque algunos tengan más responsabilidad
que otros, porque el virus se está extendiendo por todas partes: los más
golpeados por los ataques especulativos y los que se sienten más a
salvo. Los primeros señalan al de al lado para cubrirse y los segundos
se resisten a que se tomen decisiones firmes, coherentes para todos.
Si queremos salir de este agujero hay que actuar ya con los
instrumentos disponibles. Necesitamos un gobierno económico y fiscal de
la zona euro porque sin ello no es posible que funcione la Unión
Monetaria. Pero para que haya gobernanza económica y fiscal hay que
ceder soberanía y esto choca frontalmente con la galopada nacionalista.
La resistencia es mayor porque se piensa que esa soberanía que se tiene
que ceder no es para compartirla, sino para entregarla a otros que se
mueven por sus propios intereses particulares y no por el interés común.
La operación exige compromisos de todos y entre todos y la gestión debe
ser común, sin imposiciones de directorios nacionales, que irritan y retroalimentan nacionalismos de respuesta.
Cada vez más gente seria y responsable está diciendo que la Unión hace poco y siempre llega tarde. Poco y tarde.
El riesgo de perder una década parece el menor ante la amenaza
creciente de que estalle la Unión Monetaria o la propia Unión Europea.
Estos escenarios son posibles, incluso probables, y las respuestas para
evitarlos son políticas.
La crisis de la deuda soberana está tratándose como un problema de
solvencia, que no existe, pero que puede llegar a provocarse si sigue
faltando la liquidez y contrayéndose la economía. La falta de
crecimiento y empleo aumenta los tipos de interés, compromete al sistema
financiero y agrava exponencialmente el problema de la deuda.
El problema de deuda soberana en la Zona Euro es menor que el de
Estados Unidos, el de Japón o el de Reino Unidp y ni en los casos más
agudos estamos ante un problema de solvencia de país. Nos ahoga un coste
de financiación de esa deuda injustificable, que aprovecha la
inoperancia de los instrumentos disponibles.
Además, sufrimos divergencias económicas y fiscales que se reflejan
en las diferentes balanzas comerciales y de pagos, y en la productividad
y competitividad dentro de las distintas zonas de la Unión, que hay que
corregir con reformas estructurales para responder a los desafíos de la
economía global y avanzar hacia la convergencia en la Zona Euro y en la
U.E.
Para enfrentar estos desafíos las Instituciones tienen que funcionar,
proveyendo bienes públicos para el conjunto de la Unión, sin
condicionamientos de directorios que impongan a los demás sus propias
reglas.
El Banco Central Europeo tiene que actuar como lo hace la Reserva
Federal de EE UU, el Banco de Inglaterra o el Banco Central de Japón. Es
decir, tiene que cumplir su papel de prestamista de última instancia y
hacer la política monetaria que responda a los intereses del conjunto de
la Zona Euro. Es el único instrumento de la Unión Monetaria —hoy— para
contrarrestar el ataque especulativo que afecta ya a 12 de los 17 países
de esta zona. Los que se oponen —Alemania sobre todo— piensan que esta
no es la función del Banco Central y proponen un Fondo de Rescate que
podría cubrir esas necesidades, pero que como siempre, llega tarde y
hace poco. Ni siquiera está disponible.
Los países de la Unión se tienen que comprometer a garantizar la
estabilidad presupuestaria, como una regla común, con premios y
sanciones para todos; con controles presupuestarios rigurosos y comunes.
Pero nada aconseja que la progresión hacia el ajuste tenga que hacerse
tan rápidamente que ahogue cualquier posibilidad de crecimiento y
empleo. Por eso hay que graduar el ritmo del ajuste de las cuentas
públicas. Además, los países comprometidos con la estabilidad
presupuestaria, deben disponer del “bono europeo” para financiar sus
deudas de forma razonable.Parece que los dirigentes europeos han
olvidado que el objetivo prioritario de la política económica es el
crecimiento sostenible y generador de empleo, mejorando nuestra
competitividad en la economía global. Así aseguraremos el bienestar y la
cohesión que son nuestras señas de identidad y nuestra palanca para el
futuro. Todo lo demás son políticas instrumentales y tienen que estar al
servicio de esta prioridad. Para colmo, cada vez es más evidente que
este es el único camino para enfrentar los problemas de la deuda.
Si nos equivocamos en esto, la gobernanza de las democracias
representativas que conforman la Unión se degradará y la respuesta
social será inevitable. El nacionalismo rampante hace pensar a la gente
que unos u otros estarían a cubierto si actuaran solos, sin tener en
cuenta al conjunto. Grave error que nos arrastrará a todos. Cada vez se
oyen más las voces de los extremos, cargados de discursos xenófobos y
antieuropeístas. Y cada vez recogen más votos.
Si se quieren modificar los Tratados hay que resolver dos cuestiones
fundamentales. Necesitamos gobernanza económica y fiscal para que
funcione coherentemente la Unión Monetaria, con soberanía compartida e
Instituciones que sirvan a todos. Pero para avanzar hay que tener una
puerta de salida para los que no estén dispuestos a hacerlo. Los países
tienen derecho a salir pero no lo tienen a vetar el avance de los que
deseen hacerlo. Esto vale para todos.
*Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
Portada de EL PAÍS
No comments:
Post a Comment
Only News